El 12 de octubre de 1977 la ciudad de Nueva York recibió un rascacielos distinto al skyline de Midtown: el Citicorp Center, con su techo inclinado y 59 pisos que parecían levitar sobre una plaza pública hundida. Con 915 pies (279 m) de altura y una intervención arquitectónica que buscaba respetar una iglesia en esquina, el edificio se convirtió en conversación inmediata entre críticos y transeúntes por igual.
A simple vista, la torre era un gesto generoso hacia la ciudad. Paul Goldberger, crítico de arquitectura del New York Times, escribió que aunque su forma no fuera del todo original, probablemente daría más placer a más neoyorquinos que cualquier otro edificio alto de la década. Pero bajo esa apariencia elegante latía un problema serio de ingeniería: un estudio posterior estimó que el Citicorp Center tenía una probabilidad no trivial de fallo bajo ciertos vientos oblicuos, hasta el punto de que alguien llegó a calcular un riesgo de colapso de 1 en 16 en condiciones adversas.
Ese alguien fue el ingeniero estructural William LeMessurier. De manera casi cinematográfica, LeMessurier detectó que el diseño original había cambiado un detalle crítico: algunas uniones esperadas como soldadas habían sido reemplazadas por pernos. Esa modificación, combinada con la exposición a vientos de esquina no previstos, reducía significativamente la capacidad de la estructura para resistir cargas extrema
s. Ante el hallazgo, LeMessurier no se quedó cruzado de brazos.
En vez de esconder el problema, el ingeniero tomó la iniciativa, alertando a las autoridades y organizando un plan de refuerzo que se ejecutó con discreción. La solución incluyó la adición de placas y refuerzos en las uniones más vulnerables y un programa de monitoreo para asegurar que el edificio respondiera como debía ante ráfagas. El trabajo se realizó con rapidez y confidencialidad, coordinado entre ingenieros, la compañía propietaria y contratistas, hasta que el riesgo fue mitigado.
Hoy el edificio, conocido también por su dirección 601 Lexington Avenue, sigue siendo un icono del Manhattan moderno. Para quienes visitamos ciudades por su arquitectura y sus historias, el caso del Citicorp Center es una lección sobre cómo la ingeniería y la ética profesional pueden evitar desastres mayores. También recuerda que detrás de toda fachada llamativa suele haber un equipo, y a veces un solo profesional, dispuesto a asumir responsabilidad.
Desde Costa Rica, donde valoramos el buen oficio y decimos pura vida cuando algo sale bien, la historia del Citicorp Center resuena como un ejemplo de responsabilidad técnica y coraje profesional. El rascacielos continúa llamando la atención por su silueta y su plaza; pero para quienes conocen el episodio, su presencia en Midtown es también un testimonio de prevención y de la importancia de cuidar los detalles en la construcción urbana.