Desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022, las sanciones occidentales han dejado a la industria aeronáutica rusa en una situación crítica: sin acceso a piezas, repuestos y apoyo técnico de los fabricantes que dominan su flota. Con más de 700 aviones en servicio, mayoritariamente de Airbus y Boeing, las aerolíneas rusas han debido reconstruir cadenas de suministro mediante rutas indirectas y mercados grises, mientras el ambicioso objetivo de producir aviones comerciales propios choca con limitaciones tecnológicas y estructurales de larga data.
La dependencia de componentes occidentales —desde motores y sistemas de aviónica hasta materiales compuestos y adhesivos especializados— quedó expuesta tras las sanciones. Proyectos nacionales como el MC-21 y el Sukhoi Superjet, concebidos con la participación de proveedores extranjeros, enfrentan retrasos y modificaciones técnicas porque muchos insumos no pueden sustituirse de inmediato por alternativas locales. Si bien Moscú ha impulsado programas de sustitución de importaciones y mayores inversiones estatales en la industria, expertos advierten que reemplazar décadas de cooperación tecnológica no es inmediato ni sencillo.
En la práctica, las aerolíneas han recurrido a soluciones improvisadas: rutas comerciales complejas que pasan por terceros países, compra de componentes en mercados paralelos y el despiece de aeronaves para obtener repuestos. También ha habido reportes de mantenimiento limitado y de dificultades para certificar modificaciones, lo que genera inquietud sobre la operatividad y la seguridad a largo plazo. Además, la retirada de arrendadores occidentales y el embargo de aeronaves han obligado a compañías rusas a registrar y operar aviones con menos respaldo técnico oficial.
El problema no es solo de piezas: la base industrial que debería sostener una industria aeronáutica moderna muestra síntomas de estancamiento. La falta de inversión sostenida en plantas, la escasez de mano de obra especializada y la debilidad en áreas clave como microelectrónica y componentes aeronáuticos avanzados revelan un malestar estructural. Analistas señalan que, aunque el Estado pueda inyectar fondos y priorizar programas, la reconstrucción tecnológica exige tiempo, transferencia de conocimiento y socios fiables, algo difícil en el actual aislamiento internacional.
Las implicaciones son amplias. En el corto plazo, las restricciones encarecen mantenimiento y reducen capacidad operativa, lo que puede traducirse en menos vuelos, mayor costo para los pasajes y pérdida de conectividad. En el mediano y largo plazo, si Rusia no logra desarrollar una cadena de suministro autónoma y confiable, sus aspiraciones de exportar aviones comerciales competitivos quedarán limitadas. Además, el recurso a rutas indirectas y mercados grises incrementa el riesgo de incumplimientos regulatorios y sanciones secundarias.
“Es una carrera contra el tiempo y la tecnología”, afirman expertos en aviación, que observan avances parciales pero consideran que la consolidación de una industria aeronáutica independiente requerirá años y cambios profundos. Mientras tanto, la crisis actual muestra que la incapacidad para ensamblar aviones comerciales modernos es a la vez síntoma y agravante de un malestar industrial más profundo en Rusia.